L'amour dévasté (El amor desolado - J. Dicenta)

A diferencia de La soledad, canción del repertorio de Alberto Cortez cuyos versos terminan en palabras agudas),  decidí traducir esta al francés pero no al inglés por sus terminaciones graves, algo mucho más infrecuente (y por ende difícil de conseguir) en ese último idioma. 

Verán que en la tercera estrofa es donde me tomo más licencias, cambiando el orden de los versos. El original también lo permite: si es para luchar contra la tentación de ir tras ella, ¿no dejaríamos la ceguera como último recurso? 

Con todo, para mí estos versos esconden grandes aciertos, como los dos usos que (tal vez solo yo) le veo a "pura": pura resina (libre de impurezas) y pura llama (nada más que eso). 

Sin más preámbulos, la versión del compositor de la música, una versión disfrazada de tango y la tuya...


Yo puse el esfuerzo 

y ella la desgana

yo el hondo silencio 

y ella la palabra.

Yo senda y camino 

y ella la distancia

yo puse los ojos

y ella la mirada.


Quise entre mis manos 

retener el agua

y sobre la arena 

levanté mi casa,

me quedé sin manos

me quedé sin casa

fui raíz oscura 

y ella tronco y rama.


Para que la cuenta 

del amor sumara,

ella puso el cuerpo 

yo el cuerpo y el alma.

Era toda viento 

yo todo montaña

yo pura resina 

y ella pura llama.


Y una noche oscura 

se fue de mi casa,

cegaron mis ojos 

para no mirarla,

para no seguirla 

cerré las ventanas,

clausuré las puertas 

para no llamarla.


Puse rosas negras 

sobre nuestra cama,

sobre su memoria 

puse rosas blancas

y a la luz difusa 

de la madrugada

me quité la vida 

para no matarla.


Yo lo puse todo: 

vida, cuerpo y alma,

ella, Dios lo sabe, 

nunca puso nada.


Moi j’ai mis l'effort, elle, 

toute son indolence

Un flot de paroles 

face à mes silences.

J’ouvrais des passages, 

elle prenait distance,

mais je restais l’ancre 

parmi ses errances.


Moi qui aurais voulu sai-

sir l’insaisissable

hélas, mon abri je

l’ai bâti sur l’sable.

De l’abri seules restent 

mes mains dans le sable

dev’nues des racines 

pour nourrir son arbre.


À fin qu’elle fût solide, 

l’union d’homme et femme,

elle a mis son corps, moi, 

mon corps et mon âme.

J’assemblais les planches 

pour qu’elle joue son drame ;

si j'étais résine, 

elle n’était que flamme.


Et par un soir sombre, 

elle quitta ma plage ;

Pour ne pas la suivre,

résister l’ mirage,

j'ai cloué les portes

brûlé son image :

dans ma nuit d'aveugle 

je vois son visage !


J'ai laissé la chambre 

semée de ros’ noires,

j'ai mis des roses blanches 

sur sa viv’ mémoire

et aux premièr’ lumières 

d’une aube sereine

en geste de clémence, 

j'ai ouvert mes veines.


Je lui ai tout donné, mais 

quelle erreur fatale,

Dieu le sait bien, elle 

m'a donné que dalle.





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